Terapia de aceptación y compromiso
Este tipo de terapia se engloba en las denominadas terapias de tercera generación, las cuales surgieron en los años 80 y 90 en Estados Unidos. Ponen énfasis en el dialogo y contexto funcional y buscan la aceptación y actitud no enjuiciadora como manera de encontrar el bienestar, se enfocan en los trastornos desde una perspectiva contextualista funcional, cuyo objetivo principal no es reducir los síntomas que presenta el paciente, sino educarle y reorientar su vida de una manera más holística.
La base de esta terapia es la idea de que lo que provoca malestar o ansiedad no son los eventos sino como vinculamos las emociones a estos y como nos relacionamos con los mismos, a fin de aceptar nuestra experiencia mental y psicológica y de esa forma reducir la intensidad de los síntoma, en vez de evitar lo que causa sufrimiento que al hacerlo, puede producir un efecto rebote.
El contextualismo funcional en el que se basa indica que el comportamiento debe analizarse en función del contexto en el que ocurre, su historia y circunstancias actuales, de lo contrario al descontextualizarse no es posible descubrir su funcionalidad.
La terapia de aceptación y compromiso (ATC) tiene como objetivo crear una vida rica y significativa para el paciente, aceptando el dolor que inevitablemente viene con ella, esta terapia utiliza diversas técnicas como: paradojas, metáforas, ejercicios experimentales y trabajo con valores personales principalmente.
Emplea algunos principios que permiten a los pacientes desarrollar la flexibilidad mental necesaria para mejorar su bienestar emocional, siendo los siguientes:
- Aceptación: esto implica reconocer y aprobar nuestros pensamientos, sentimientos, es decir, nuestra experiencia emocional, tratarnos con respeto y cariño a pesar de no ser perfectos, y aceptar la situación presente permite percibir que los problemas que ocurren en aspectos de nuestra vida dejan de serlo, disminuyendo el nivel de ansiedad y los factores de malestar asociados.
- Difusión cognitiva: observar nuestros pensamientos y cogniciones como lo que son (trozos de lenguaje, palabras, imágenes, etc.), observar y dejar ir sin juzgarlos, con eso se logra asumir una visión distanciada y racional de las cosas.
- Experiencia presente: estar en el aquí y el ahora con una mentalidad abierta y la conciencia plena, participando activamente en lo que está ocurriendo en nosotros y nuestro alrededor, en lugar de predecir y juzgarlos.
- El “Yo observador”: se refiere a desprenderse del yo conceptualizado, es decir, del apego a nuestras narraciones, desde esa perspectiva se observan las cosas desde un punto de vista libre de juicios.
- Claridad de valores: implica un trabajo de autoconocimiento que permite la clarificación de nuestros valores desde lo más profundo de nosotros. Haciéndonos preguntas y buscando responder con honestidad, algunas preguntas son ¿Qué es lo verdaderamente valioso para nosotros? ¿Dónde queremos estar o ir en realidad?.
- Acción comprometida: la dirección que seguimos debe estar determinada por nuestros propios valores y no por las impresiones sociales, lo que implica involucrarse en acciones sociales significativas para nosotros, aumentando la probabilidad de comprometernos con nuestros proyectos y hacer que progresen en el ritmo deseado.
La clave de este tipo de terapias es la re-conceptualización del término sufrimiento y lo considerado patológico, considerándolo como parte de un proceso mental normal dando respuesta a un contexto anormal, así como, la recuperación de los valores filosóficos promulgados en los seres humanos, donde se considera que la dimensión sufrimiento-placer como parte intrínseca de la vida, además de ser necesario como función de regulación del organismo y verbalizar y clarificar los valores personales de cada uno permite orientar las actuaciones hacia los objetivos.
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